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Si feminizar un cuerpo es situarlo en el lado pasivo de la vida, es decir, privarlo de cualquier atributo que lo distinga como amenazante, con Voces en el Bosque Inmaculada Salinas traza —a través de largas series en las que se reúnen dibujos, textos e imágenes— una especie de genealogía política del cuerpo femenino, que le sirve de vehículo para que formas de producción de poder y placer que pueden ejercer las mujeres y son censuradas hablen o se resignifiquen a través de sus obras.

Voces en el Bosque plantea otras problemáticas más dependientes de la condición y vocación de pintora de la artista. «Mi trabajo —dice— es un proceso que requiere tiempo, que toma el tiempo como uno de sus temas y que me permite, mientras lo hago, pensar». Con estas palabras afirma su compromiso de desprenderse de cierta «nostalgia formal», dependencia de estilos, lenguajes y técnicas instalada en gran parte de la escena artística andaluza en la que opera. Para escapar de esta «melancolía» y abrir el horizonte en torno a la representación, sus obras y series acumulan una gran cantidad de trabajo, rehúyen las especializaciones, no establecen ningún tipo de diferencia entre materiales producidos y reproducidos, entre dibujos, textos, formas o ideas.

Los proyectos de Inmaculada Salinas (Guadalcanal, 1967) rehuyen de la especialización, no establecen distinciones entre obras producidas y reproducidas, entre dibujos, textos, formas e ideas y, sobre todo, ensayan tentativas orientadas a despertar de la nostalgia formal donde se ha instalado la escena artística contemporánea.

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